La Ciudad de México ha visto desaparecer su flora nativa con el crecimiento y la urbanización. En la medida en que plantemos lo que nuestro suelo requiere, y cuidemos lo que ya existe, tendremos árboles sanos que contribuirán a mejorar el ambiente.
En la antigüedad la Ciudad de México estaba rodeada de bosques que se alimentaban del lago y había, además, otras plantas que se sembraban de manera específica tanto en los islotes naturales como en las chinampas artificiales.
Cuando Hernán Cortés se decidió a conquistar la gran Tenochtitlán ordenó que desmontaran una parte de los bosques que la rodeaban y que se hicieran barcos para transportar españoles. Trece bergantines fueron fabricados por el sevillano Andrés López y, después de un sitio de tres meses, Cortés y sus soldados entraron a la ciudad a protagonizar una lucha que terminaría con el imperio Azteca y comenzaría la Conquista y, más tarde, el Virreinato.
Los problemas de contaminación y ecológicos comenzaron en la Ciudad de México muy pronto, el Virreinato vio cómo se inundaban sus calles por falta de planeación y porque el agua volvía a su sitio originario, sin que hubiera forma de detenerla. Recordemos que de 1629 a 1634 la ciudad permaneció inundada después de una fuerte lluvia.
Fue hasta los comienzos del siglo XX y en los años 40 que Miguel Ángel de Quevedo, el “apóstol del árbol”, plantó los árboles de las grandes avenidas como Revolución, Insurgentes, Reforma, Mazatlán, y los camellones que hay en muchos barrios. Diseñó parques interiores como el parque España, México, y Balbuena, y exteriores como Chapultepec y Aragón. Creó escuelas forestales (en Santa Fe, bosque cerrado por entonces) y un vivero en Coyoacán, aún en funciones.
Hoy es necesaria una reestructuración para no devastar las zonas de conservación, manteniendo los parques y bosques en buen estado.
Para ello, lo primero que hay que hacer es conocer el suelo. En la zona central de la ciudad el terreno es húmedo y fértil, al sur y al poniente es apto para bosques y en la zona oriente, para pastizales y matorrales.
De tal forma que en las laderas y colinas es necesario sembrar árboles que sostengan el suelo: casuarinas primero y pinos después. En las zonas muy urbanizadas, hay que cuidar que los árboles no tengan raíces muy grandes que destruyan banquetas y horaden tuberías (como los hules, por ejemplo).
También hay que dar mantenimiento a los que ya están sembrados. Ya casi no queda ningún rastro de la vegetación original, así que es posible sembrar casi lo que sea considerando lo ya dicho. También hay que pensar qué se quiere en los barrios poblados: los pinos, por ejemplo, que oxigenan más, y los fresnos, que dan sombra y retienen el agua en el suelo.
Las modas determinan muchas veces las plantas a sembrar, pero hay que ser cuidadosos con esto y preguntarse de dónde vienen, si su extracción es legal, si fueron cultivadas en viveros, qué tan adaptables son al suelo, qué tanto dañan a otras especies y qué tan propensas son a plagas y enfermedades.
También hay que considerar que la variedad es fundamental: si una plaga ataca a una especie de la que hay muchos ejemplares, puede acabar con una población nutrida. Eso sucedió con los colorines y el exceso de truenos y fresnos en las colonias más centrales de la urbe tiene que ver con su resistencia a las plagas.
Procura entonces que las plantas que siembres hayan sido criadas en viveros locales, que se parezcan a la vegetación originaria, que se adapten bien al suelo y que sean diversas. Y recalcamos: cuida las que ya hay.
Referencias:
http://www.arboricultura.org.mx/2014/09/historia-de-un-arbol/
http://www.viveroscoyoacan.gob.mx/
http://www.biodiversidad.gob.mx/especies/gran_familia/plantas/helechos/helechos1.html