De los 25 millones de personas que trabajan en el campo, 12 millones son mujeres. Su participación en el sector agrícola es necesario para impulsar el desarrollo y la economía del país, además de ayudar a erradicar la pobreza y el hambre de una manera más rápida y efectiva.
El rol de las mujeres en el campo mexicano poco a poco ha dejado de ser invisible. Ahora han tomado la sartén por el mango y han pasado de ser jefas de familia a emprendedoras y dueñas de pequeñas empresas.
De acuerdo con datos de la SAGARPA, de 25 millones de personas que viven en el campo, cerca de 12 millones son mujeres que se dedican a la agricultura. Ciudad de México, Colima y Tabasco son las entidades federativas en donde se ha visto un incremento de su participación en los últimos cinco años.
La realidad es que cuando los varones se van a probar suerte a Estados Unidos, cambia la vida de las mujeres en el campo: asumen el cargo total de la unidad doméstica y de la producción agrícola en un escenario donde las remesas no son un ingreso seguro. De ahí su fortaleza para hacer más rentable al campo.
La Sedatu afirma que el sector femenino gana liderazgos en el sector rural. En su Registro Agrario Nacional reporta más de un millón 115 mil mujeres (22.35 %) que han exigido que se les reconozca sus derechos, de las cuales 648 mil 883 son ejidatarias (58.2 %), 240 mil 334 son comuneras (21.5 %), 198 mil 251 son posesionarias (17.8 %) y 27,938 son avecindadas (2.5 %). A nivel nacional, 21.2 % de los responsables de las unidades de producción son mujeres, el resto varones.
Para los especialistas este hecho representa un importante avance de las mujeres en el campo. Por ejemplo, de 1993 a 1995 las mujeres constituían tan sólo 17.7 % de las personas que recibían documentos agrarios; en lo que va de 2016 suman 33.2 por ciento del total de beneficiarios.
No se fue… y la hizo “en grande”
Gloria Romero, de 65 años y con seis hijos, relata que hace 20 años su esposo salió del municipio Españita, Tlaxcala, hacia Estados Unidos. Los dólares que le mandaba eran insuficientes para mantener a su familia, por lo cual tuvo que regresar a la casa de su padre a trabajar la tierra que él heredó de su abuelo y que estaba en el olvido.
Fue la primera de su familia en pedir ayuda y lograr resultados en su tierra con base a la tecnología, y en lograr tener acceso a los recursos y beneficios del Proyecto Estratégico de Seguridad Alimentaria (PESA), vigilado por la FAO y Sagarpa.
El resultado fue “producir para comercializar, es decir, no es para mí nada más. Yo siembro maíz híbrido, hago menos trabajo. Invierto un poco más, pero en trabajo me ahorra mucho. Antes sacaba tres toneladas por hectárea, ahora ocho”.
Presume que junto con su hermano trabajan 40 hectáreas y el negocio ya da hasta para rentar terrenos a otros campesinos: la clave es trabajar.
Alimentos para todos
Eliezer García, de 38 años, tampoco se rindió. Dice que “su jefe se fue hace 24 años a Estados Unidos y hasta ahorita no ha regresado, yo soy la mayor y decidí escuchar a los técnicos quienes me enseñaron a producir más y que haya más alimentos para el hogar”.
Ella siempre sembró maíz y frijol, pero en 2015 comenzó con la hortaliza protegida de jitomate en la comunidad El Yagalán, en el municipio de San José del Peñasco, Oaxaca. “Anteriormente trabajamos al agua rodada, al zurco; ahora hay un 50 % más de rendimiento, por metro cuadrado cosechamos entre 15 y 22 kilogramos”.
Reconoce que no fue fácil aprender las técnicas de sistema de riego y el comercializar su producto, pero ya hoy suman 82 participantes, que ganan por arriba de 150 pesos al día, (50 pesos arriba del promedio de 100 pesos).
“Lo que más me ha gustado de este trabajo es que haya alimentos en el hogar, aquí vives, convives con tus hijos, eso nos hace sentir estables, porque como yo les digo, si migramos vivimos en separación”.
Alimentan al mundo
En el mundo los números son más alentadores. Datos del Banco Mundial reportan que casi la mitad de la mano de obra agrícola en el planeta está formada por mujeres, que son ellas las responsables de la mitad de la producción alimentaria global y que producen entre 60 % y 80 % del alimento en la mayoría de los países en desarrollo.
Lo hacen enfrentando no sólo la migración de los hombres de sus comunidades y la marginación de la que son objeto por ser mujeres. También tienen que solventar la caída de precios de productos primarios y el impacto de fenómenos naturales como la inundación de las tierras agrícolas, deslizamientos de tierras y cambios e irregularidades en los patrones de precipitaciones, ciclones y huracanes.
Como si esto no fuera suficiente, todavía les da tiempo de realizar labores comunitarias y asistir a las reuniones escolares de los hijos. Estas mujeres inician su jornada de al menos 12 horas diarias antes que el resto de la familia y trabajan en promedio 2.7 horas más que los hombres, según reporta la SAGARPA. Así que el papel que desempeñan las campesinas en el sistema alimentario es crucial, pues de ellas depende, en gran medida, la seguridad alimentaria no sólo de sus familias, sino de muchas más.