Los primeros drones como herramientas de investigación comenzaron a utilizarse hace una década. Como comprarlos implicaba una inversión de 15 mil dólares, los científicos también optaban por trabajar con prototipos de prueba que podían adaptar a sus necesidades.
La ventaja de esta tecnología es que los sensores (o cámaras) instalados en estos drones permiten capturar imágenes del paisaje. Las fotografías que toman permiten medir la fotosíntesis de una planta y de esa manera realizar cálculos para saber, a través de la coloración de las hojas, si el suministro de agua y de nutrientes son adecuado o si hay presencia de alguna plaga.
Francisco Pinto, especialista en Sensores Remotos del Centro de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), explica que las cámaras que se colocan en satélites, aviones y drones producen imágenes en distintas resoluciones y a diferentes distancias que servirán de acuerdo al tipo de investigación que se esté realizando.
Un dron puede tomar fotografías más cerca del follaje, pero tardará más tiempo en retratar todo un terreno. En cambio, el satélite podrá enviar en una sola imagen cómo se ve todo un campo.
Actualmente, el uso de drones para investigación agrícola tiene cinco líneas de aplicación:
1.- Detección de enfermedades.
2.- Mediciones de la fertilidad. Al monitorear el follaje con fotografías tomadas por drones, los científicos pueden determinar si los nutrientes disponibles en el suelo son los adecuados.
3.- Monitorear grandes áreas y modelar cómo se modifica la productividad de un terreno.
4.- Manejo de uso de agua. También al fotografiar el follaje, se puede conocer la cantidad de agua que necesita un cultivo y así diseñar un sistema de riego que distribuya adecuadamente el recurso.
5.- Mejoramiento para selección de variedades. El mejorador puede tomar imágenes aéreas para determinar el rendimiento de una planta, altura, producción de biomasa, entre otros elementos que arrojan información sobre su productividad, capacidad de adaptación al terreno y al clima.
REFERENCIAS
CIMMYT