Cuando una persona deja de ingerir alimento por un periodo largo de tiempo, fuera de las 8 horas promedio en que pasamos dormidos, por sobrevivencia el organismo reacciona y ordena compensar lo que está faltando, ante el desconocimiento del tiempo que estará sin alimento y porque, literal, se está muriendo de hambre.
La primera respuesta del cuerpo es asegurarse de que el azúcar se mantenga en los niveles que necesita. La glucosa es el principal combustible del organismo; sólo el cerebro consume alrededor de 120 gramos de esta al día.
Si el cuerpo sigue sin recibir alimento, comienza a guardar la grasa y a utilizar el tejido muscular para aportar la energía que le falta para sus funciones primarias. Si el tiempo de ayuno se alarga, comienza a usar la grasa también.
Pero el cuerpo requiere más nutrimentos, además de los carbohidratos, para funcionar de manera eficiente; necesita proteína, vitaminas y minerales, que no se encuentran en la grasa acumulada.
Por eso una corriente de nutriólogos recomiendan espaciar los alimentos máximo cada cuatro horas, para no permitir que se desacelere el metabolismo, que básicamente son todos los procesos físicos y químicos que lleva a cabo el cuerpo para sus funciones.
Sin embargo, hay otros especialistas que aseguran que esto es un mito, que el metabolismo disminuye su velocidad cuando las personas consumen menos calorías de las necesarias durante el día. No obstante reconocen que la frecuencia en las comidas ayuda a las personas a comer porciones más pequeñas, lo que disminuye la sensación de hambre y evita el exceso.
De acuerdo con estos, lo importante para mantener acelerado o no el metabolismo tiene más que ver con el Efecto Térmico de los Alimentos (ETA), que se refiere al gasto de energía que tiene el organismo para consumir, digerir y procesar los alimentos. Cada grupo de alimento requiere más o menos porcentaje de calorías gastadas para su digestión.
Siempre habrá diferentes teorías y nuevas fórmulas nutricionales para una mejor alimentación, porque además cada organismo es diferente como explica la OMS: “La composición exacta de una alimentación saludable, equilibrada y variada depende de las necesidades de cada persona (de su edad, sexo, hábitos de vida y ejercicio físico, por ejemplo), el contexto cultural, los alimentos disponibles localmente y los hábitos alimentarios. No obstante, los principios básicos de la alimentación saludable son siempre los mismos”.