Nuestros bisabuelos ya eran expertos: cortaban brotes del naranjo para insertarlo en el tallo del limón, con la esperanza de que creciera una planta con las características de ambas variedades.
Estamos hablando de los primeros pasos de los organismos genéticamente modificados (OGM), que tienen sus orígenes por allá del siglo 300 a. C., cuando Aristóteles describió algunas técnicas para hacer mejores injertos, mientras en la Biblia cristiana se tenía registro de cómo injertar olivos buenos en los malos.
Literalmente estaban modificando genéticamente un árbol, en ese caso de olivo, con otra variedad del mismo árbol para mejorar sus características. Y sí, igual que se hace con la biotecnología moderna y los OGM, el objetivo es crear una mejor planta, ya sea para que produzca mejores flores o frutos, e incluso para hacerla resistente a plagas.
A diferencia de la biotecnología aplicada en la agricultura, los injertos son una técnica que se puede hacer de una manera más casera, incluso con un huerto urbano o en un jardín de árboles frutales, sobre todo.
Lo más importante para tener éxito al hacer un injerto, dicen los expertos, es “poner en contacto las diferentes partes que forman los tallos para garantizar la compatibilidad funcional de ambas partes, la interacción de las células respectivas y, por tanto, el tránsito de las sustancias vitales”.
Obvio no es tan fácil, hay que saber qué planta o árbol se puede injertar con cual, no se puede hacer de manera indiscriminada; es muy recomendable hacerlo entre plantas que provienen de la misma familia botánica, aunque hay algunos casos de éxito en injertos de plantas que no provienen de la misma familia.
Y así como se pueden hacer de manera muy casera, hay injertos que significan un proceso de laboratorio, donde se combinan macromoléculas de las plantas para crear plantas más resistentes o, incluso, para crear nuevos alimentos con características de ambas partes.
Nuevas frutas y verduras
Una de los vegetales más conocidos, que nació como producto de un injerto es el colinabo, que es una raíz comestible que se origina de la combinación de la col y el nabo.
Otro famoso en la cocina es el echalote, que fue el resultado de injertar una planta de cebolla con una de ajo, resultando en este interesante vegetal que es muy socorrido para condimentar platillos.
Y del lado de las frutas, está la toronja, que no tiene un origen en la naturaleza, sino de la combinación del pomelo con la naranja dulce.
Pero hay quienes se han puesto más creativos, y han creado frutas y vegetales cuyos nombres y mezcla de sabores parecen de ciencia ficción:
Grapple. Es un injerto de uva y manzana, de ahí su nombre. Su apariencia es la de una manzana pero sabe a uva.
Aprium. Esta combinación se hizo entre la ciruela y el durazno, dando como resultado una fruta muy dulce, aunque poco jugosa.
Clementina. Es una azarosa combinación de mandarina y naranja dulce, cuyo origen data de principios del siglo pasado, por ahí de 1902.
Lemato. Es el injerto de un jitomate con un limón amarillo, que da como resultado un fruto que parece obra de Photoshop: un jitomate por dentro, que es limón por fuera. Dicen que sabe a limón con aroma a rosa, geranio y hierba de limón.