Uno de los principales problemas que enfrentan y enfrentarán las sociedades tiene que ver con lo más básico: la comida. ¿Cómo hacer para alimentar a una población creciente que, por si fuera poco, se desplazará cada vez más hacia las zonas urbanas? Más aún, ¿qué hacer para que los procesos alimentarios no dañen al planeta? La solución puede estar al alcance de nuestras manos, literalmente.
El abastecimiento pleno y adecuado de comida para los habitantes del mundo se conoce como seguridad alimentaria. Para obtenerla, cada vez se plantea más la necesidad de recurrir a la agricultura urbana, que está en un momento de auge y crecimiento. Su aparición representa una vuelta a los orígenes, aunque con los ajustes pertinentes para los tiempos que corren.
Durante los pininos de la civilización, lo común era que los sembradíos atendieran a grupos muy pequeños: familias, comunidades chicas y hermanadas. Los ciclos de siembra y recolección seguían a los del año. Esto cambió con la llegada de la industrialización agrícola, que se ha ido especializando con los años y que tomó más del 40% de la superficie del planeta para alimentar a la humanidad, convirtiéndola en sembradíos y en lugares para que distintos tipos de ganado pasten.
La agricultura urbana implica la siembra y el cuidado de huertas y hortalizas que puedan estar en un espacio reducido. Una azotea, un antiguo solar o el patio trasero sirven para estos propósitos. Según la FAO, estos huertos urbanos pueden ser hasta 15 veces más productivos que las fincas rurales. Un metro cuadrado genera 20 kilogramos de comida al año, más o menos. Consideremos nuestro consumo anual de comida (cerca de 900 kilogramos anuales), y veremos que la producción doméstica puede ser suficiente si multiplicamos los metros que en cada urbe pueden dedicarse a la siembra de hortalizas y huertos. Un huerto urbano pequeño y práctico sería de 10 m2; es decir, una familia de 3 personas podría alimentarse un año entero comiendo exclusivamente de su pequeño jardín. Si quien siembra no agota el consumo, puede vender el excedente y ayudar su economía, sin intermediarios.
En algunos casos, los jardines públicos también pueden habilitarse para este fin. Un parque que ofrece manzanos o mangos, lavanda y albahaca, higos o duraznos, servirá no sólo como un remanso para los sentidos, sino como una alacena viva, de todos. En lugares así, los huertos públicos pueden funcionar también para fortalecer los tejidos sociales: ahí es posible sembrar, cosechar y pasar el rato. Sirven como divertimento y ayuda comunitaria.
La agricultura urbana es también una parte importante del presente, pues es responsable de 1/5 de la comida que hay en el mundo. Sin embargo, es hacia donde deben ir los esfuerzos agrícolas. La comida que se genere ahí será local y de temporada, siempre fresca, y habrá sido atendida con mayor esmero. Es momento de ponerla en práctica.