¿Has oído hablar de la Revolución Verde? Así se le llama a la serie de cambios registrados en la producción agrícola durante la segunda mitad del siglo XX (de 1960 a 1980), que permitió duplicar la producción de alimentos en el mundo.
Quien la inició fue el ingeniero agrónomo estadounidense Norman Bourlag, desde el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) en Sonora, México, con el objetivo de erradicar el hambre y la desnutrición en los países desarrollados. Lo que hizo fue realizar cruces selectivos de distintas variedades de trigo, maíz y arroz para volverlos más resistentes a los climas extremos y a las plagas. El uso de fertilizantes, plaguicidas y nuevas técnicas de riego permitieron alcanzar rendimientos tan altos, que modificó para siempre los métodos tradicionales de cultivo a nivel mundial.
Casi 60 años después de iniciados los esfuerzos de Bourlag, la producción de alimentos en el planeta se enfrenta a una segunda “revolución verde”, pero ahora a través de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TICs). El cambio climático que ha alterado la temporada de lluvias y sequía, y la necesidad de los productores por hacer un buen manejo del suelo, y de las plagas y malezas, han convertido a la información en la herramienta más valiosa a la hora de generar cosechas más eficientes.
Llegamos entonces a la big data. Es decir, a la gestión y organización a través de las TICs de la gran cantidad de datos que genera el campo de cultivo (clima, suelo, área plantada, condiciones del cultivo) para que el agricultor pueda tomar las mejores decisiones que le permitan producir más y mejores alimentos, en terrenos más reducidos y usando lo mínimo posible de agua, fertilizantes y mano de obra.
El objetivo es que la agricultura del futuro sea sostenible con el medio ambiente –como explica el especialista Julián Barbosa en este texto– y pueda reducir el hambre en el mundo. En la medida en que la big data permita “mejorar la producción al proporcionar información sobre qué tipo de cultivo es más rentable plantar, en qué fecha exacta y en qué terreno concreto, o qué cantidad de agua y fertilizante precisará”, permitirá “minimizar los costos de producción así como los niveles de contaminación”.
¿Cómo se gestiona y organiza la información que proporciona el campo? A través de sensores conectados a internet que, desde el terreno de cultivo, miden el PH o humedad de la tierra, la calidad del aire, los niveles de nitrógeno, las imágenes aéreas procedentes de satélites o drones que mapean el campo, y la previsión de tiempo por parte de las agencias meteorológicas, entre otros datos.
El análisis de esta información será entonces indispensable para reducir al mínimo las pérdidas de cosechas por sequías, nevadas o lluvias torrenciales, que han llegado con el calentamiento global.